Mon Miranda, Anna Sophia Ortega y Maura Bolaños
Me acuerdo perfecto de la clase donde me enseñaron a hacer un currículum, al inicio lo tomé a la ligera, ni siquiera me preocupé porque sonara formal o porque cumpliera con todos los requisitos, pero, en esta recta final de la carrera, lo que más me preocupó era tener un CV con experiencia que reflejara quien soy yo y de lo que soy capaz de hacer.
En esta columna te voy a contar lo que he aprendido con los altos y los bajos de la realidad, para que no te sientas sin rumbo en este nuevo mapa llamado “mundo laboral”.
Al principio, me frustraba muchísimo no recibir ninguna respuesta. Sentía que todo mi esfuerzo por tener un buen CV no servía de nada. Pero con el tiempo entendí que muchas empresas ni siquiera alcanzan a leer todos los currículums. Aprendí a no tomarlo personal. Mejoré mi CV, lo personalicé para cada vacante y empecé a mandar correos más breves y directos, con un asunto claro y un mensaje que conectara con lo que buscaban. También me ayudó mucho pedir retroalimentación a personas con más experiencia.

La noche antes de mi primera entrevista no pude dormir. Me imaginaba a alguien súper serio, con cara de pocos amigos, haciendo preguntas difíciles para ponerme nerviosa. Pero la realidad fue otra: quien me entrevistó fue amable, sonriente y realmente interesada en conocerme. Me preguntó sobre mis experiencias, mis intereses y cómo reacciono ante ciertas situaciones. Salí sintiéndome escuchada y, aunque estaba nerviosa, también motivada. No fue perfecto, pero fue mucho más humano de lo que imaginaba.
Pensé que solo me iban a preguntar cosas como “¿Qué estudiaste?” o “¿Cuál fue tu mayor logro académico?”, pero me lanzaron algunas preguntas completamente inesperadas: ¿Eres buena con niños?, ¿Tienes algún familiar con una condición neurodivergente?, ¿Sabes cómo actuar con niños con este tipo de condiciones?
Lo más importante fue mantener la calma y hablar desde mi experiencia real. No necesitas tener todas las respuestas, pero sí mostrar disposición y autenticidad.
Lo que mejor me funcionó fue ir con ropa con la que me sentía yo misma, pero que también se viera profesional: una blusa sencilla, jeans oscuros y zapatos cerrados. Nada demasiado formal, pero tampoco informal. En cuanto a la actitud, me concentré en ser auténtica. Sonreí, hice contacto visual y respondí con ejemplos concretos. En lugar de decir “soy buena trabajando en equipo”, conté cómo en la universidad organicé un proyecto con compañeras de distintas carreras y logramos coordinar todo con éxito. Eso ayudó a que mi respuesta se sintiera real y creíble.
Del CV al Contrato
Recibir ese ansiado “sí” fue una experiencia extraña: una mezcla de emoción, nervios, alivio y pánico. Porque hay una gran diferencia entre enviar correos y soñar con el trabajo, y darse cuenta de que, de verdad, ahora vas a firmar algo, te vas a presentar, y tendrás que actuar, ya no eres estudiante; eres parte de un equipo.
Leer el contrato fue mi primer pequeño susto. ¿Qué estaba firmando? ¿Qué significaban esas cláusulas? Nadie te enseña a interpretar un contrato laboral, y al principio solo te das cuenta de que hay letras pequeñas y que suena muy serio. Sin embargo, poco a poco comprendí que está bien hacer preguntas. Si hay algo que no entiendes, puedes y debes pedir que te lo aclaren; eso no te hace menos profesional, sino más responsable.

Adaptarme fue un proceso. A veces sentía que no encajaba o que no sabía lo suficiente. Pero con el tiempo, he aprendido a confiar más en mis habilidades y a ser paciente con lo que todavía estoy aprendiendo. Porque sí, es un reto salir de la zona de confort de la universidad, asumir responsabilidades reales y cometer errores. Pero también es gratificante. Comienzas a descubrir no solo lo que puedes hacer, sino también quién eres en este nuevo papel.
Spoiler: nadie tiene todo resuelto, y está bien así
Nadie, NADIE, absolutamente nadie, tiene la vida completamente resuelta, aunque a veces parezca que todo el mundo a tu alrededor ya tiene un plan perfecto, una carrera ideal o una rutina impecable… no es cierto, incluso la persona que parece tener “todo bajo control” también duda, también se siente perdida, también improvisa, creer que “tener todo resuelto” es un requisito para avanzar solo te frena, y la verdad es que no hay una línea recta ni un mapa exacto para nada, la vida, la escuela, los proyectos… se van armando en el camino, reitero no tener claridad absoluta no te hace menos, te hace humano.
A veces no damos el primer paso porque sentimos que nos falta algo, más experiencia, más preparación, más seguridad, más tiempo, pero esperar a estar 100% listos es el mejor pretexto para quedarnos quietos, empezar no significa saberlo todo, significa tener lo suficiente para arrancar, porque todo lo que te falta lo vas encontrando mientras haces, el verdadero avance no está en tener todas las respuestas, sino en atreverte a hacerte las preguntas correctas mientras caminas.

A veces subestimamos nuestras capacidades porque no encajan en moldes académicos o laborales “formales”, pero tu forma de resolver, de pensar, de crear, también cuenta, ahora confiar en ti no es un acto de soberbia, es un acto de resistencia frente a un mundo que constantemente te dice que no eres suficiente, está sobrevalorado el saberlo todo desde el inicio, aprender mientras haces, mientras fallas, mientras preguntas, mientras te equivocas… también es parte del proceso y de hecho, es el proceso, no hay nada más real que aprender haciendo, accionando, no necesitas el “sello de aprobado” para validar tus ganas de intentar, lo que te mueve, lo que te pica la curiosidad, lo que te hace pensar diferente… ya es una señal de que estás en movimiento, y eso vale un montón.
En conclusión, en medio del caos, la incertidumbre y las expectativas externas, lo más valioso que puedes hacer es permitirte estar en construcción, no tienes que demostrar nada a nadie, ni seguir un guion que no escribiste tú, estás en tu propio proceso, a tu propio ritmo, y eso es suficiente, la claridad no siempre llega antes de empezar, a veces aparece justo cuando decides moverte.
Y en ese movimiento, aunque sea “torpe, lento o improvisado” ya estás creando algo importante: tu propio camino.