Por: Rodrigo Pérez Esquivel
Durante años, el turismo fue sinónimo de descanso, diversión e incluso estatus. Viajar representaba escapar de la rutina, explorar otros lugares y vivir nuevas experiencias. Sin embargo, esa visión también dejó consecuencias: muchos destinos están saturados, la huella ecológica del sector crece, y algunas comunidades reciben miles de turistas sin ver beneficios reales. Por eso, el turismo sostenible ya no es solo una opción “bonita” o alternativa: es una necesidad urgente.

Pero… ¿qué implica hacer turismo sostenible? No se trata solo de reciclar o usar menos agua en un hotel. Implica repensar todo el modelo turístico: ¿quién gana con el turismo?, ¿quién pierde?, ¿cuáles son los impactos reales —ambientales, culturales, sociales— de nuestras visitas?, ¿cómo podemos generar experiencias que respeten el entorno, promuevan la economía local y beneficien a todos?
Desde el ámbito académico, el turismo sostenible se analiza, planea y mejora constantemente. Es una disciplina que combina ecología, economía, cultura y, sobre todo, ética. Formarse en este enfoque permite diseñar proyectos que ayuden a conservar recursos naturales, empoderen a las comunidades receptoras y conecten a las personas con su entorno de forma más responsable.

En tiempos donde todo cambia tan rápido, el turismo puede ser una poderosa herramienta de transformación positiva si se gestiona con inteligencia, sensibilidad y responsabilidad compartida.